La piel de los humanos se repara a sí misma a través de una secuencia superpuesta de actividades celulares.

“Cuando la piel se raspa lo suficientemente profundo como para penetrar la epidermis, los vasos sanguíneos de la dermis pueden dañarse y comenzar a sangrar. Las plaquetas en la sangre entran en contacto con el colágeno y otros componentes de la piel que han quedado expuestos por la lesión. Este contacto induce a las plaquetas a liberar factores de coagulación y otras sustancias para detener el sangrado. Cuando el sangrado se detiene, la curación ya ha comenzado. Glóbulos blancos especiales llamados neutrófilos que llegan al sitio para comenzar el proceso de librar el área de materiales extraños, microorganismos no deseados y tejidos dañados. Este proceso se ve favorecido por el desarrollo de la inflamación local, impulsada por las citocinas, moléculas que coordinan la curación posterior.

“Una vez que se ha limpiado el sitio de la herida, los fibroblastos migran al área para comenzar a depositar colágeno nuevo en el andamiaje del coágulo original. La actividad química que ocurre en este momento es intensa, ya que los fibroblastos en el sitio de la herida maduran y producen nuevas proteínas para acelerar la cicatrización. Para restaurar la dermis, se producen diferentes tipos de colágeno en la herida durante los próximos días. El colágeno se somete a una remodelación continua para rellenar físicamente la región lesionada. Simultáneamente, se establecen nuevos vasos sanguíneos en el área. Mientras todo esto sucede, la epidermis se prepara para repavimentar su superficie moviendo nuevos queratinocitos al lugar de la lesión”. (Jablonski 2006: 123-124)

Última actualización 28 de agosto de 2020